En la institucionalidad educativa, el cuerpo del docente se reconoce en su potencia simbólica siempre y cuando se silencie el malestar y el conflicto propios del encuentro con otros, se anestesien los sentidos, se civilicen las sensaciones y se coagulen las esperanzas de poner a jugar elípticamente otras formas, otros dibujos, otros colores y otros matices….